Pregón Taurino de la Feria de San Juan (Badajoz 2009)

Rafael Cabrera Bonet

Excelentísimos e ilustrísimos señores, señoras y señores, es para mí un auténtico placer, y no crean que es frase hecha, el poder dirigirme a ustedes anunciando -pues no es otra cosa ésta práctica de pregonar- la feria taurina de San Juan. Honor que debo, ante todo a mi querido amigo Francisco María Moreno, y a los miembros del Club Taurino que tan amablemente aceptaron las palabras de mi buen amigo, fiados -sin duda- en su bonhomía personal. Porque cortos son mis méritos, por más que pueda pretender conocer algunos datos dispersos de la historia de la tauromaquia y haya podido reunir un cierto número de libros, revistas y recuerdos taurinos, que cual Quijote contemporáneo habré podido leer sólo para desvarío de la mente y confusión de sus sentidos, sin duda. Y no se fíen demasiado de las elogiosas palabras de presentación del presidente de la entidad, porque como diría el propio Cervantes en el prólogo a sus «Novelas Ejemplares» «… y cuando a la de éste amigo, de quién me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí, yo me levantara a mí mismo dos docenas de testimonios y se los dijera en secreto, con que entendiera mi nombre y acreditara mi ingenio», quejándose del amigo a quien facilitó cuatro datos para introducir al autor y su magna obra. Y añadió el gran ingenio de las letras hispanas «porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales elogios, es disparate, por no tener punto preciso ni determinado las alabanzas, ni los vituperios», y esque como el gran hombre nacido en Alcalá de Henares he de concluir yo diciendo «Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mías, pero ¿quién pondrá rienda a los deseos?»

De ahí nace mi osadía, del deseo de, por una parte, hacerles más llevadera ésta velada, antesala de lo que habrá de servir para solaz y disfrute de los que acerquen al coso para disfrutar en él del «espectáculo más nacional», como diría el Bibliotecario de Palacio, señor Conde de las Navas. Y por otra, la de disfrutar yo de su grata compañía hablando de toros; de Badajoz y de toros, para ser más preciso.

Y ahí viene un primer ejercicio de erudición, erudición de biblioteca, del que tan solo puede aportar lo poco o mucho que los que precedieron ofrecieron a la historia de nuestra fiesta, a la historia de España, pues no es preciso parafrasear a Ortega y Gasset para conocer que aquella se halla íntimamente unida a ésta, y que ésta, la de España, se ha visto salpicada innumerables veces con sucesos taurinos de relevante y trascendente interés. Erudición basada, sin duda, en esas mil lecturas quizás mal entendidas o asimiladas que acaban por nublar el triste entendimiento del que les habla; pero perdonen el atrevimiento y vayamos al toro, que es frase coloquial que como nuestro lenguaje entero se encuentra notablemente influido e impregnado de ésta que pasa por ser la más popular de cuantas fiestas ha podido disfrutar el solar hispano.

Breve historia taurina de Badajoz

Pinceladas, apenas, de una historia que liga a Badajoz a un festejo tan universal e imperecedero como son las raíces y los valores que lo sustentan. Permítanme adentrarme en un pasado ya remoto, para demostrarles la importancia de que goza y ha gozado Badajoz en el ámbito de la tauromaquia. Dícese, y no habré de contradecirlo yo a quien los conocimientos le vienen por la vía de lo impreso, que Badajoz fue fundada en el año 875 por Abd al Ramman Ibn Marwan -probablemente de tribu de los marwan, que ocuparon parte de lo que hoy es Marruecos-, aunque ya existieron asentamientos anteriores de origen visigodo y villas romanas en sus inmediaciones. Éste caudillo árabe se alzó, por de pronto, contra el poder de los califas Omeya, aunque luego la ciudad fuese, al fin, sometida por éstos. Fecha que no deja de tener interés, por cuanto las primeras noticias sobre la fiesta proceden de fechas inmediatas en aquel siglo IX de recóndita memoria. Y esque cuenta la crónica de España de Alfonso X el sabio que «andados treinta y seis años del Rey don Alfonso el Casto cuando andaba el año de la Encarnación de Nuestro Señor en ochocientos y quince años, hizo el Rey Don Alfonso por la Cinquesma [día de la Pascua del Espíritu Santo] sus Cortes en León y fueron cuantos altos homes había en el reino y muchos otros de los caballeros y de los otros hombres buenos de las villas. E de mientras que duraron aquellas Cortes lidiaban cada día toros e bofordaban [arrojar bohordas o lanzas]». Y en la edición de Ramón Menéndez y Pidal de la Primera Crónica General de España de Alfonso X el Sabio (1230-1344) se nos narra que en el «año de 897: y fue en éstas bodas [en Burgos] de Gonzalo Gustioz con doña Sancha, su mujer, y con aquellos sus siete hijos y con don Muño Sabido, aquel amo que los criara. Éstas bodas duraron cinco semanas, y fueron grandes alegrías además de alanzar en tablados y de bohordar, y de correr toros y de jugar tableros y ajedreces y de muchos juglares». De éstos dos relatos sucedidos los años 815 y 897, que se corresponden con los reinados de Alfonso II el Casto (791-842) y Alfonso III el Magno (866-910), se ha podido concluir que en esas fechas se lidiaron y corrieron toros. No es preciso entrar en una crítica histórica que nos llevaría por otros derroteros, y que probablemente concluiría que la atribución a los sucesos mencionados de la diversión taurina se basa en que tan propia era de los ulteriores tiempos -cuando ambas crónicas fueron escritas- que no pudieron imaginarse los redactores conmemoración más a modo para solemnizarlos. Así pues Badajoz fue fundada, como ciudad moderna, en tiempos en los que van surgiendo las primeras noticias de juegos taurinos, que habrán de acompañarla en su historia desde, prácticmaente, su más inmediata conquista cristiana.

Cerca de la ciudad, como todos ustedes sabrán, tuvo lugar la trascendental batalla de Sagrajas (1086), con la derrota de Alfonso VI El Bravo, que motivó un enorme parón en la reconquista que éste había iniciado tras la toma de Toledo (1082), la antigua capital imperial de los visigodos, lo que propició un retraso considerable en la conclusión de las luchas que arrojarían a los invasores del suelo patrio. Y por ello mismo, no fue sino hasta el día de San José, el 19 de marzo de 1230, cuando Badajoz fue conquistada por Alfonso IX de León, eso sí, sin ofrecer gran resistencia al avance de los cristianos, que ya dominaban ampliamente la zona por sus esfuerzos bélicos previos. Pues bien, reseña el propio Conde de las Navas, que se corrieron toros en Badajoz el 16 de diciembre de 1287, con motivo de unas concordias reales entre el rey de Portugal, Don Dionís y su hermano Don Alfonso, apenas 57 años -pocos para lo remoto de la noticia- después de conquistada la ciudad por Alfonso IX de Leópn (Cd. Navas, 383; sacado de Nicolás Díaz Perez, Fiestas Reales, Badajoz, 1889, pág.17). Y esque, además, dentro del catálogo de noticias sobre festejos reales de toros que aportan Don Juan Gualberto López Valdemoro y Quesada, ésta pacense es la tercera de cuantas él pudo hallar en las más diversas fuentes para el estudio histórico de la tauromaquia. La tercera de las fiestas reales conocidas después de las que se cita celebradas en León en 1144 -por las bodas de Doña Urraca, hija de Alfonso VII y Don García VI de Navarra- y la de Varea, en La Rioja, en 1148 -por la coronación del mismo monarca. ¿Tiene o no tiene importancia y tradición el festejo taurino en Badajoz?

Pero si escasas son las noticias taurinas de las que podemos disponer en la geografía peninsular en la Edad Media, las que nos aproximan a ésta deliciosa capital extremeña con los festejos taurinos son una auténtica excepción por lo abundante, como pocas capitales o ciudades de importancia puedan contar en su historia local. En 1383 se celebran aquí las Bodas Reales entre el Rey Juan I de Castilla y la Princesa Beatriz de Portugal. Y por ello, sobre el 14 ó el 17 de mayo, «También en la crónica portuguesa de Fernando I de Portugal, escrita por su coetáneo, Fernando López, se refiere que, cuando se casaron en Badajoz la hija de aquel rey [Beatriz de Portugal] con Juan I de Castilla (1383), en las fiestas se corrieron toros», nos dice el Conde de las NAVAS. (cD. nAVAS, 91 Y 384).

Y paso al frente, porque como todos ustedes sabrán, cambiaría la ciudad de manos, a lo largo de los siglos XIV y XV en varias ocasiones entre los reinos de Castilla y Portugal, volviendo definitivamente a manos castellanas en 1403. Y así nos vuelve a aparecr la corrida Real de toros en 1455, cuando asimismo se correrían por la estancia de la Infanta Dª Juana de Portugal, prometida de Enrique IV de Castilla, el día 9 de mayo (Cd. Navas, 386).

Entrada ya la Edad Moderna, en 1580, Felipe II permanece unos días en Badajoz, desde donde partiría para tomar posesión del Reino de Portugal. Durante su estancia, lamentablemente, fallecería la Reina Doña Ana de Austria. El Conde de las Navasnos refiere que ese año, los días 13, 19 y 26 de Mayo y 10 de Junio se corrieron toros en Badajoz precisamente por la residencia en la ciudad del monarca (Cd. Navas, 393). Más adelante también los vería durante el período de su residencia en Lisboa, como nos narra él mismo en cartas que escribió a sus hijas, las Infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Y aunque es probable que no fuese muy aficionado a tales festejos, no desdeñó al verlos cuando le fueron ofrecidos y los defendió con ahínco frete a, nada menos, que tres Papas hasta lograr el levantamiento casi completo de sus Bulas contrarias en tiempos de Clemente VIII en 1596 (Clemente tenía que llamarse).

Tan frecuentes eran las fiestas con toros en aquellos siglos de la Edad Moderna, que hasta los dos Sínodos de Badajoz llegaron a combatirlas en el siglo XVII. El Sínodo de Badajoz de 1671 pina que «siendo las fiestas de toros tan meramente profanas, de que a Dios ni a sus santos ningún obsequio se sigue, como ninguna utilidad a nuestras almas, antes a las de muchos graves daños (García Añoveros, «El hechizo de los Españoles»; pp. 186-187), buena prueba de que abundaban en contra de la opinión de ciertos estamentos eclesiásticos, que de otra forma no hubieran realizado una mención tan explícita a los mismos. Entiende por corrida de toros, eso sí, solamente aquella que «fuere en plaza o cerco público cerrado». Y apenas unos años después, el Sínodo de Badajoz de 1680, criticaría la costumbre del toro de San Marcos, diciendo que «Asimismo quitamos y reprobamos la costumbre, que más propiamente se puede llamar abusión y corruptela, que en la iglesia y estudios tienen y ha habido de hacer obispillo el día de San Nicolás, y en llevar toros en la procesión y tenerlos en las iglesias la víspera y el día de San Marcos, por ser, como dice la Santidad de Clemente VIII en un Breve suyo expedido el 10 de marzo de 1596, abuso abominable y detestable el llevar los dichos toros en los dichos actos. Mandamos que de aquí en adelante no se hagan ni se permitan hacerse los dichos abusos». El sínodo y la intervención papal demuestran que la costumbre del Toro de San Marcos estaba, cuando menos asentada, en algunos lugares, sin precisar cuántos, en el siglo XVI y que todavía pervivía en el siglo XVIII. A continuación, Castón aporta un documento de principios dell XVIII, relativo a la creación y reglamento de una cofradía de San Marcos en Badajoz. El escrito ofrece datos de mucho interés para conocer el desarrollo de ésta peculiar fiesta» (Añoveros, op.cit.).

En 1729 tuvieron lugar las bodas entre el entonces Príncipe de Asturias Don Fernando (el que luego sería Fernando VI) y la princesa portuguesa Doña Bárbara de Braganza. Y con tan fausto acontecimiento, en tales fechas, se celebraron en Badajoz fiestas Reales de toros entre el 20 y 26 de enero, aprovechando las visitas de Felipe V y Juan V de Portugal (Cd. Navas, 311). Después el monarca español de origen francés siguió su camino hacia Sevilla, en donde sería de nuevo festejado con otros juegos taurinos el año inmediato. Lo mismo sucedería en 1747, en ésta ocasión para festejar la proclamación al trono de ese mismo Príncipe de Asturias, Don Fernando VI (Cd. Navas, 414). Y de una subida al regio trono a otra, sin salir de siglo: en 1789 se celebraron en la ciudad corridas de toros los días 6, 8 y 9 de julio, para solemnizar la entronización de Don Carlos IV (Cd. Navas, 418; narrado en «Noticia de las Fiestas celebradas por la M.N. y M.L. Ciudad de Badajoz, en la Proclamación del Señor Rey Don Carlos IV» [Madrid, Imprenta Real, 1789; 2 hojas]. En el año 1801, y con motivo de la visita del Rey Don Carlos IV, se organizaría una corrida de toros que tuvo como marco el campo de San Francisco, anejo al antiguo convento.

Y otras varias son las que nos salen al paso durante el reinado del siguiente monarca, siempre en éste catálogo especial de festejos denominados Reales por ser en honor o para conmemorar relevantes sucesos de la monarquía. En mayo de 1814, se festejó con toros en Badajoz el retorno de Fernando VII – el por entonces «deseado» y luego indeseable- a España, desde su reclusión en Bayona (Cd. Navas, 419). Y apenas dos años más tarde, en el mes de Septiembre de 1816 volverían a correrse, con ocasión de las bodas de Fernando VII y su hermano Don Carlos (Cd. Navas, 419). Y cuatro años antes de la muerte del Rey felón, en diciembre de 1829, se volverían a correr por el regio enlace entre María Cristina de Borbón y el mismo Don Fernando VII (Cd. Navas, 420).

Junto a ello habrán de sudederse los que se darían en el siguiente reinado, cuando la costumbre de las fiestas Reales de toros empieza a declinar notablemente. En 1843 se celebró en Badajoz la mayoría de edad de Isabel II con tres corridas, entre otras diversiones y actos públicos (Cd. Navas, 420). Y, apenas tres años más tarde, en 1846, con ocasión de la boda de Isabel II con su primo Don Francisco de Asís, y la de su hermana Doña María Luisa Fernanda con el Duque de Montpesier, en octubre se celebraron nuevas fiestas Reales de toros (CD. nAVAS, 1846). No crean ustedes que éstos festejos extraordinarios fueron los únicos, no, ni mucho menos, pero sírvenos el catálogo de los mismos -al menos de los conocidos, que probablemente sean muchos más- para ratificar esa primera impresión de que Badajoz ha sido uno de los lugares donde tuvieron lugar mayor número de aquellos…¡hasta qué punto no los habrá habido de los ordinarios sin que haya quedado mayor memoria de ellos!

Nos cuenta el arquitecto e historiador Don Gonzalo Díaz-Y. Recaséns los lugares donde tuvieron lugar todos éstos festejos taurinos dentro de la geografía de una ciudad siempre en crecimiento: «Durante los siglos XVI y XVII se celebraba la festividad del Corpus con «alegría de toros» en la plaza adyacente a la Alcazaba, donde se hallaban las Casas Consistoriales, cuyos balcones servían al corregidor y los regidores para presidir la fiesta. Más tarde el centro de la ciudad se desplaza al campo de San Juan, donde se ubica el Ayuntamiento y la iglesia catedral, improvisándose en las ocasiones taurinas un ruedo con carretas y empalizadas de madera, con chiqueros y corrales en la actual calle Donoso Cortés, antes Comedias. En el año 1801, con motivo de la visita del Rey Carlos IV, se organiza una corrida de toros en el campo de San Francisco, antigua huerta del convento, en la que por su forma cabría pensar se trataba de una plaza cuadrilonga, y quizás sea por esas fechas cuando la ciudad encuentra necesario disponer de una plaza estable, cómoda y con mayor cabida, dado el incremento de la afición. Es en 1817 cuando se inaugura una plaza en el referido baluarte, aprovechando el terraplén existente como graderío, con gradas de madera y esteras, donde existía algún palco, como el reservado al Hospital Provincial, en cuyo favor se celebraban las corridas; solo el ruedo era una construcción estable. Un incendio en 1855 destruye ésta instalación y en 1859 se construye la plaza existente, siguiedo probablemente los planos que, ya en 1818, la Comandancia de Obras había proyectado para tal fin. La plaza de toros, hoy conocida, pero abandonada desde 1966 y que fue objeto de una reforma para aumentar su aforo, aprovecha en dos tercios de su perímetro el terraplén existente y se completa con fábrica y bóvedas hasta cerrar el ruedo con graderíos.» (Gonzalo Díaz-Y. Recaséns, «Plaza de Toros»; pág. 38-39).

Hemos mencionado dos fechas importantes, como habrán comprobado, la de 1817, como la inauguración de la primitiva plaza del baluarte de San Roque, y la de 1589 como la de la nueva inauguración del coso sito en aquel mismo paraje. Es probable que el cartel que atesora el propio Club Taurino, de esa primera fecha sea el de las corridas con las que se inauguró esa pimera plaza, en las que intervendrían como espadas Juan García Núñez «El Quemado», un diestro muy de segunda fila y al que no hay que confundir con Juan Núñez «Sentimientos» todavía activo por aquellos años, y un joven Luis Ruiz, de alias conocido y fiel absolutista, «El Sombrerero», hermano de Antonio mucho más famoso que éste, que tan solo estaba dando sus primeros pasos en el mundo de la tauromaquia. Luis fallecería víctima del cólera -no la del monarca, sino la del Vibrio colera-, en 1834, mientras que a Antonio su amado Fernando VII acabaría por denostarle y echarle de la plaza de Madrid. Las ganaderías que nos anuncia el cartel son las de Miguel Huebero -con «b», José de la Peña y José Frías y Oviedo, ganaderos salmantinos escasamente conocidos que no hemos visto en la plaza de toros de Madrid, con la excepción de Peña, probablemente sólo de dimensión regional. Y esque quizá sea éste José Peña el que se anuncie en 1803 (el 20 de junio) como nuevo en la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, con divisa azul, aunque solo se indique su procedencia de Arauzo (hemos localizado tres localidades de ese nombre, pero las tres en Burgos). También repetiría en varios festejos de 1804, siempre aportando una cantidad reducida de toros y cambiando al color blanco en la divisa. En 1814 nos aparece una viuda de Peña, con divisa morada, anunciando el cartel que sus toros procedían de la muy famosa vacada de Vicente Bello, y que era natural la ganadera de Peñaranda de Bracamonte.

La segunda de las fechas nos acerca a la siguiente inauguración, la del coso que vino a sustituir a éste, en el mismo lugar, tras su incendio de 1855. Los planos, probablemente sean los mencionados por Recaséns, que procedían de la Comandancia de Obras, de 1818, aunque lo que sí sabemos es que dirigió la construcción un arquitecto de nombre muy taurino, Don Fernando Dominguez (id. pág. 180), que nos recuerda a aquel inmortal torero vallisoletano de la edad de plata, tío del diestro Roberto Domínguez al que muchos de los presentes recordarán vestido aún de luces. No obstante hay que enmarcar la construcción del coso en su momento y situación. En 1859 se acuerda, por Real Orden del 18 de diciembre, la construcción del tramo de ferrocarril que uniría las localidades de Ciudad Real y Badajoz. En 1861 se creó una compañía para el efecto, con grandes capitales franceses, pero con intervención también de destacados políticos españoles, como Alejandro Mon o Claudio Moyano. Isabel II llegaría a Badajoz por ferrocarril en 1866, fruto del desarrollo del mismo, viaje que fue narrado por el insigne Don Severo Catalina en un curioso libro que tengo el gusto de poseer. Pues bien, ese mismo año inicial, en 1859, y quizá anticipándose a la mayor demanda de festejos taurinos que nuevas personas llegadas a la ciudad pudiesen hacer, se construiría en el mismo lugar, y de momento con capacidad para 6.000 personas, el coso que sustituyó al consumido por las llamas. Se estrenó con una corrida de toros el 14 de agosto, protagonizada ésta por José Carmona (de mote «El Panadero», hermano de «El Gordito», sevillano venido al mundo en 1825 y retirado de la profesión en 1863) y José [María] Ponce (un torero gaditano, nacido en 1830 y muerto en Lima el 14 de julio de 1872, como consecuencia de una herida -gangrenada- que sufrió en una corrida benéfica a favor del Cuerpo de Bomberos de aquella capital el 2 de junio) y por las reses de Don Manuel Suárez Jiménez (de Coria del Río).

Es preciso que aclaremos que la ganadería no era otra más, sino que alcanzó fama y nombradía en su tiempo, frecuentando las mejores plazas de la mitad sur de España, incluida Sevilla, y que se presentó muchas veces en la propia Villa y Corte de Madrid. Manuel Suárez Cordero, padre de nuestro ganadero y creador de la vacada, nacería en Coria del Río el 4-XII-1776, hijo de Antonio (marinero de profesión, que murió en 1788 viudo y pobre, siendo enterrado de caridad) e Isabel. Se casó en 1801 con Josefa Jiménez y tuvo de ella a Manuel y Manuela (casada con Anastasio Martín, padre), antecesor de su viuda e hijos, y de los marqueses de Saltillo ganaderos. Presentaría sus toros en Madrid el 6-VII-1840, undécima corrida de la temporada, con divisa rosa y blanca, sin que consten como nuevos (la misma divisa con la que un Juan Suárez desconocido se presentó en la capital el 8-VI-1835, al que acabaron llamando los carteles Juan Manuel; ¿pudo ser el mismo?, quédenos la duda). Es tal el éxito de su ganado el 16-IX-1844 que, en el cartel del 23 siguiente, se anuncian sus reses añadiendo «lo que agradaron los toros de Don Manuel Suárez». En tal ocasión se jugarían junto con los de su yerno, Anastasio Martín. El padre fallecería el 7-V-1855 y le heredaron su viuda e hijos. Manuel Suárez Jiménez, su hijo, debió hacerse con parte del ganado paterno a finales de los años 30 o principios de los 40. Nació en la misma Coria del Río el 7-X-1807 y aparecen sus reses en Madrid, como nuevas, con divisa lila y blanca, el 12-XI-1848. Lidiaría junto a su padre, en Madrid, 7 toros cada cual, en 1851 (Luis Uriarte, pág. 414-418). En la Villa y Corte aparece su nombre hasta 1866 y en 1868 se anuncia que los que presenta Dolores Monge en la capital antes le pertenecían.

Por cierto, otro ganadero de apellido Suárez, el sevillano Félix Suárez, se cruza también en la historia taurina de Badajoz. En 1918 Don Félix le compró 86 eralas y dos sementales al Conde de Santa Coloma (Venadito y Campanero) y forma con ellas su vacada. Y el 17 de mayo de 1922 se estrena en la propia plaza de Badajoz, estoqueada por La Rosa, «Chicuelo» y Emilio Méndez. La acabaría por vender, en 1928, al Duque de Tovar que la traslada al madrileño «Soto de Aldovea». La ganadería y el hierro fueron a parar a Luis Algarra, que lo encasta Juan Pedro.

La plaza de toros nos dicen los autores de «La Tauromaquia de Guerrita», «… se construyó por acciones y dieron comienzo las obras en 1858. Está enclavada en el Baluarte, consta de dos pisos y fue construida de mampostería, ladrillo, hierro y madera. La sociedad propietaria de la plaza hizo en ellas importantes mejoras, aumentando considerablemente el número de localidades, puesto que hoy pueden en ella acomodarse 8.500 personas, 2.500 más que antes de la fecha inmediata [ y esque se reformó en 1890 aumentando la capacidad a 8.500 personas]. (…) En esa plaza se han dado célebres corridas, entre las que merecen mención las organizadas con motivo de la inauguración del enlace de ferrocarril de Madrid a Badajoz, con la línea de Portugal, a la que asistieron los Reyes de España y Portugal, y en las que se desplegó gran aparato, tomando parte entre otros, el gran rejoneador portugués D. Carlos Relvas» (Tauromaquia de Guerrita, pág. 626-7).

Hemos indagado acerca de la noticia, que para ustedes resultará sin duda conocida, pero que a mi me resultaba absolutamente ignota. En 1879 se terminaría el trazado definitivo Madrid-Badajoz, pasando por Ciudad Real. En 1880, concretamente el 28 de junio, se reunirían para celebrarlo, así como la conexión con Portugal -ya existente antes- los reyes Don Alfonso XII y Luis I de Portugal. Badajoz contaba, por aquel entonces, con unas 22.800 almas, según una Guía francesa de aquel mismo año. Así que ésta corrida, que también puede considerarse comoo Real, pasa a formar un nuevo hito en la historia taurina pacense.

No vamos a extendernos sobre los avatares del coso, en los que pudieron intervenir todos aquellos diestros de finales del XIX o los que conformarían la edad áurea de la tauromaquia o su argéntea continuadora, aunque uno dude en acuñar en uno u otro metal tiempos tan gloriosos para el toreo hispano. Sí que se acordarán muchos, sin embargo, de un, no lejano, 24 de junio de 1967 en que se estrenó el nuevo circo taurino que adorna la ciudad. Porque, al margen de su más o menos brillante arquitectura, de su estilo o estética, un coso taurino siempre engalana una ciudad española, invitado a los ciudadanos a disfrutar -no es exactaente diversión- de un espectáculo sin par. Plaza de toros, a la que las guías atribuyen un aforo para 13.400 almas, estrenada por Paco Camino, «Paquirri» y Pedrín benjumea con toros de Martínez Elizondo. Asistió a la inauguración el presidente portugués, como lo siguen haciendo tantos compatriotas suyos desde entonces.

No les voy a glosar, no, las biografías de los tres célebres espadas; no se preocupen, son de sobra conocidos, pero sí me gustaría apostillar algo en torno al ganado. La vacada de Martínez Elizondo, Don Antonio, según el correspondiente anuario de la UCTL de 1967, tenía su procedencia en la de «Don Cándido Díaz, formada con reses de Santa Coloma y Marqués de Albaserrada». Y les diré que la «fundó Cándido Díaz en 1902, afirmando Luis Uriarte que fue con reses procedentes de Pérez de Laborda, por compra -con otras procedencias- a su ex-socio Camilo Beriain, teoría que también suscribe el periodista CH en un artículo firmado en Diario de Navarro. Pastaban sus reses en las fincas «Soto Gil» y «La Roza» en Funes. Posteriormente adquirió vacas del Marqués de Vilagodio y de Clemente Herrero, de Zamora. En 1914 cruzó con un semental, Pañoleto, del Marqués de Guadalest, que ligó muy bien con aquellas vacas, permitiendo al ganadero navarro lidiar toros en la plazas más importantes de España. En 1920 compró otro semental de Carmen de Federico, que echó a una punta de vacas seleccionadas y ésta vez los resultados dejaron mucho que desear. En 1921 adquirió, del Conde de Santa Coloma, 45 vacas y 150 de José Bueno, procedentes de Albaserrada, y dos sementales, uno de cada ganadero, y de esas dos vacadas se compuso la de los Herederos del Señor Díaz, que continúan la labor de selección escrupulosamente» (Villanueva, Ramón I. «La ganadería navarra de los Díaz»). Antonio Martínez Elizondo se la compraría a Demetrio Cándido (el pobre murió arrollado por un tren el 14 de enero de 1929). En el cartel de esa pequeña feria de 1967 se anuncia que el ganado de los siguientes días pertenecería a Felipe Bartolomé (de encaste Vega-Villar), demostrando una variedad que hoy en día echamos de menos en la mayor parte de las ferias, donde predomina de forma absoluta el encaste «juampedrista».

¿Tiene vigencia la fiesta, no sólo en Badajoz, sino en España entera en pleno siglo XXI?, nos preguntábamos en un artículo del Anuario de la Asociación de la Prensa de Madrid hace unos cuantos meses. Y añadíamos, «Porque la fiesta de los toros, vista desde esa perspectiva no histórica, ni sincera, ni profunda, sino superficial y buenista [como la que tienen algunos bienintencionados antitaurinos], puede parecer una simple tortura, no trasnochada y arcaizante, sino absolutamente execrable. Pero, y no es éste lugar para ahondar en ello, se equivocan por completo. Al animal se le provoca un daño, es cierto, pero ni el protagonista del festejo -el lidiador-, ni el público asistente -la afición-, se detienen en ello más que para criticar o censurar el excelso del mismo -a los picadores que se pasan en el castigo,, a los peones que dan mil capotazos sin sentido, a los banderilleros que clavan mal los rehiletes, a los matadores que convierten lo que debe ser una muerte limpia, eficaz y ortodoxa, en una vulgar carnicería, o al puntillero que marra cien veces el golpe con el cachete-. ¡Qué diferente puede llegar a ser la realidad pintada por aquellos! El público en la plaza no se detiene en el daño infringido porque al público le interesa el espectáculo en sí mismo, no en el regodeo de la sangre vertida, tal y como han clamado durante siglos los abolicionistas. De ahí que en lo moral no se hayan puesto reparos a las corridas de toros en los últimos cuatro siglos desde las principales y mayoritarias religiones occidentales; de ahí que -contrariamente a lo que creían los reformistas sociales de finales del XIX, e incluso los mojigatos del XVIII- la fiesta no sea una escuela de malas costumbres, de vicios o de hombres violentos y delincuentes en potencia».

La fiesta que ven los aficionados es muy otra. Se basa en la existencia de un animal singular, fiero en su naturaleza, agresivo, dotado de un vigor sin igual y que siendo bravo o manso, acomete al que tiene enfrente y si es posible le coge y no suelta su presa hasta verla destrozada: un toro de lidia. Un animal irracional -y por ello no puede ser sujeto de derechos, ya que para él no existen las correspondientes obligaciones-, que embiste para coger y que para ello ha sido dotado por la naturaleza de dos armas ofensivas o defensivas de extraordinaria capacidad como son los cuernos. Todas las tauromaquias- a la postre tratados técnicos sobre el arte de torear, pero también en mayor o menor medida tratados filosóficos sobre el espectáculo-, defienden la necesidad previa de la existencia de un toro de lidia. Un toro de lidia con su edad correspondiente, con su trapío innegable, con su peso, con todas sus potencias vitales, su fuerza y su integridad física y comportamental, sin manipulación de astas ni química alguna, un toro que sobre todo ello luzca un comportamiento acorde con la ética que la fiesta demanda: la casta, y a ser posible, la bravura. Un toro que acometa, que embista, que reúna movilidad y un cierto instinto agresivo que le haga buscar siempre la pelea, repetir en su afán incesante de coger los engaños, y que lo haga con riñones, con transmisión, con energía. Un toro de lidia en la máxima acepción de la palabra.

Y sobre la base de un animal con tales comportamientos peculiares, el aficionado ve a un hombre, al que considera ser supremo de la creación, dotado por la naturaleza de unas fuerzas muy inferiores a su contrincante, pero por ésta misma o por Dios -para nosotros los creyentes- de inteligencia, valor, serenidad, ligereza y habilidad suficientes como para imponerse en el duro reto de la vida. Y en definitiva se recrea en cada fiesta esa lucha por la supervivencia del ser humano, frente a las desmedidas fuerzas de la naturaleza, mezcladas, inconscientemente, con arcanos como la capacidad procreadora del toro o sus vigores que pasan de éste modo del tótem al hombre que simboliza a la humanidad, tal y como reflexionaba en su día Ángel Álvarez de Miranda. Porque en la aceptación de ese riesgo innato al espectáculo, basado en las características plenas e íntegras del animal, en la posible materialización del peligro -nunca buscado, pero siempre presente en la mente de todos-, se encuentra en buena medida el fundamento de la fiesta. Por ello se enfrenta el hombre a la fiera, y para ello ha de asumir el riesgo no hurtando la posibilidad de la cogida, ni recurriendo a trucos o artimañas técnicas que disminuyan aquello de manera artificiosa e injustificada -aunque existan causas que lo puedan justificar en algún caso-.

Y todo en un espectáculo público donde se aquilatan las cualidades de se animal singular, como a muy pocos más, todos ellos dedicados a la compañía o utilidad del hombre, donde se valoran y engrandecen esas cualidades -al fin y al cabo inútiles para la supervivencia, pero gandiosas en lo heróico- hasta el punto de inmortalizar su encaste o su nombre y señas particulares, perdurando a través de generaciones enteras. Todos los aficionados, y aún los ajenos a la afición, saben de la existencia de algunos toros excepcionales bien por sus hazañas, bien por ser responsables -en la antitética visión del espectáculo- de la muerte del lidiador. El hombre, mediante su inteligencia, industria, técnica y pericia, adobadas en el valor necesario -y no temerario- se sobrepone a las dificultades vitales y sale triunfador de la lucha, en lo que se recrean- cuando son bien ejecutadas las suertes- todos los concurrentes al espectáculo.

Buscamos aficionados, en definitiva, esa conjunción entre hombre y fiera, que nace de un compromiso ético por parte de lidiadores y ganaderos, y que ofrecen -o debieran hacerlo, al menos, con esa misma exigencia ética- las empresas. De ahí que la aplabra diversión nos sitúe en un plano sólo muy superficial. A los toros se va a ver un espectáculo único, lleno de enormes valores, de honda tradición histórica y cultural, de singulares cualidades en un mundo cada vez menos comprometido con el ser humano, con su existencia y su dignidad, en el que el triunfo fácil y el enriquecimiento rápido han venido a desbancar a valores como el de la entrega y la dedicación, el esfuerzo y el mérito, el estudio y el trabajo, la fe en sus congéneres y la filantropía.Todo ello se reúne en el espectáculo, como se reunía en esos antaños que hemos narrado previamente. Eso es lo que pretendemos poder ver en ésta Feria de San Juan 2009. ¿Podemos pedir más?, pero ¡ojo!, ¿podemos pedir menos?

Muchas gracias.

Se celebró el «II PREGON TAURINO CIUDAD DE BADAJOZ»

En la tarde de ayer viernes, día 19 de Junio, se celebró en el patio del Museo de la Ciudad «Luis de Morales», el «II Pregón Taurino Ciudad de Badajoz» ,que contó con la asistencia del Alcalde de la ciudad D. Miguel A. Celdrán Matute. El pregón, que corrió a cargo del médico y director de los programas taurinos de la Cadena COPE, D. Rafael Cabrera Bonet, fue todo un éxito.

El pregonero, basado en sus conocimientos de la historia de España y de la historia de la tauromaquia,desgranó la historia de los toros en Badajoz desde el siglo XVI en adelante, defendiendo la teoría de que en la época, en Badajoz era una de las ciudades donde más festejos taurinos se celebraban.

El público aistente agradeció al final del pregón, con un gran y prolongado aplauso, la labor del pregonero, que ayudó a revivir la historia taurina de nuestra ciudad.

Acabó el pregonero haciendo una defensa de la fiesta taurina, del arte del toreo y del toro, como elemento fundamental de éste arte.

Se dió de ésta manera el pistoletazo de salida a la feria taurina pacense San Juan 2009, que comienza con los festejos taurinos, mañana sábado día 20 de Junio.

En nombre del Club Taurino Extremeño, nuestra enhorabuena a D. Rafael Cabrera Bonet, y nuestro agradecimento a las entidades que han colaborado con nosotros para llevar a buen puerto éste «II Pregón Taurino Ciudad de Badajoz»

Rafael Cabrera Bonet, pregonero en Badajoz

D.Rafael Cabrera Bonet, Director de los informativos taurinos a nivel nacional de la Cadena COPE, es la persona elegida por el Club Taurino Extremeño de Badajoz, para pronunciar el «II Pregón Taurino Ciudad de Badajoz», que tendrá lugar el próximo viernes día 19 de Junio, a partir de las 20,30 horas, en el Museo de la Ciudad «Luis de Morales»,sito en la Pza. Santa María s/n de Badajoz.

Madrileño, realizó sus estudios de bachiller en el colegio de los jesuítas de Chamartín, cursando estudios posteriormente en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Especialista en Medicina Legal y Forense, Especialista Universitario en Toxicología y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales, ha pertenecido a múltiples Comisiones Nacionales e Internacionales en el ámbito de la Medicina y Toxicología.

Jefe del Programa de Información Taurina del Grupo COPE (Radio,Televisión, Internet, etc.) desde el 1 de Enero de 2007.

Presidente y Secretario de la Asociación Juvenil Taurina Española en varias ocasiones desde su creación en 1978, miembro de la Unión de Bibliófilos Taurinos, miembro del Patronato y Director Gerente de la Fundación Cultural «Luis Carmena y Millán», dedicada primordialmente a la Bibliografía e Historia taurinas.

Ha publicado más de una treintena de libros y folletos de ámbito taurino, desde 1985 a la actualidad. Ha publicado también diversos capítulos en libros y catálogos de exposiciones de carácter taurino. Ha sido y es responsable de la edición de numerosas obras en la materia, entre libros y folletos, fundamentalmente publicadas por la Asociación Juvenil Taurina Española. Conferenciante habitual, ha dado innumerables charlas.

Director del I al VIII Aula de Tauromaquia, organizada por la Fundación Universitaria San Pablo CEU (Universidad San Pablo CEU de Madrid) curso académico 2001-2008.

Abonado de la Plaza de Toros de Las Ventas desde 1979 a la actualidad

Cartel II Pregón Taurino Ciudad de Badajoz

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