A la memoria de Leonardo y Fernando Valbuena

Aficionados todos… amigos:

Perdonen. Quisiera hablarles de una foto. Una foto tan vieja que ya no es de este mundo. Viene del más allá, me acompaña y me habla. Tal vez fuera 1932 o tal vez 1933. Un instante ya para siempre prisionero en blanco y negro. Aquellos fotógrafos callejeros, aquellas fotos robadas camino de la plaza. Pasitos alborotados de antes de la corrida. Aún no había ardido Vista Alegre y ya ardían aquellos corazones queriendo ver toros y toreros. Un caballero, traje oscuro y sombrero. Un niño camino de hombre, pantalones cortos y calcetines de rombos. Veo la foto y me veo. Me veo sin haber nacido. Allí, camino de los tendidos, estaba yo. Hay quien cree que nació tal día o tal otro. ¡Qué falso! ¡Qué triste! Nacemos mucho antes de nacer. Nacemos cuando nace nuestra gente. Nacemos para honrar nuestra sangre. Nacemos para honrar los ríos de sangre seca que dan vida eterna a esta piel de toro que quiso Dios llamar España. Este es nuestro lugar al sol. El solar donde habita el verso que cada día pregonamos.

Aquellos dos de la foto, camino de los toros, eran mi abuelo y mi padre… como alguno habrá barruntado. Tal vez vinieran de tomar café en el Boulevard o en La Concordia. Un Bilbao chirene que ya sólo tiene acomodo en la memoria. Fueron buenos y cabales. Los dos. Voluntarios de la primera hora. No supieron nunca qué fuera eso de negar la fe que profesaban. Solos o en compañía de otros. Pero firmes en la defensa de todo aquello que les hacía mejores como hombres. Abonados de siempre al decoro. Ni una renuncia, ni una apostasía. Sombrero, gabardina y habano por los tendidos del Norte. ¡Maldita sea la sombra que nos separó!

Es ligero el equipaje de los difuntos. En esta orilla abandonan girones de vida. Muerto ya mi padre bebí la amargura de recoger sus cosas. Y entre las que más quería encontré atesoradas dos entradas. Una y dos. Dos pedacitos de papel que me trajeron el frío de la ausencia. Ahora soy yo quien las guarda como un tesoro. Una era del 19 de junio de 1943. Corrida de la Liberación. Lo de la liberación es cosa que someto a su libre interpretación. Pero en mi casa no era interpretable, porque con la liberación de Bilbao, el 19 de junio de 1937, alcanzó la suya mi abuelo que estaba preso en las bodegas del barco-prisión Cabo Quilates fondeado en las dársenas de Baracaldo. Sea como fuere, esa tarde, en ese cartel, Manolete. La Banda Infantil de la Casa de Misericordia hizo relampaguear el Himno Nacional. El respetable,… en pie, brazo en alto. Asistió el Ministro Secretario General del Movimiento, camarada José Luis Arrese, a quien el cordobés brindó su primer astado, un Conde de la Corte, que tuvo su guasa. Pero el delirio vino en su segundo. Faenón propio de ángeles celestiales. Acabó rendido aquel torito ante tanta majestad de califa, acunado entre naturales de embeleso. Corona de gloria la que iluminó las sienes de Manuel Rodríguez aquel día en Bilbao. Y en mi mano, la entrada de aquel día, la primera de las entradas. Corría 1943. Ese mismo año, el Athletic volvía a ser campeón de Liga y Copa. Copa del Generalísimo, claro. Bastaron y sobraron,… Iriondo, Zarra, Panizo, Gainza, y casi Venancio. El delirio… de Vista Alegre a San Mamés.

Pero quiso Dios dar fuego a la vieja plaza, aquella que inauguraran un 13 de agosto de 1882, a los pies del monte Uriza, “Bocanegra”, “Chicorro” y “Gallito Chico” con reses de Concha y Sierra. La tarde del incendio toreaba Rafael Chacarte, novillero baracaldés, que al correr del tiempo sería buen amigo de mi padre. El incendio,… pavoroso, y la plaza,… pasto de las llamas,… lo de siempre en estos casos. Nueve meses y quince días después, otro 19 de junio, esta vez de 1962, volvía a torear Rafael Chacarte que acababa de tomar la alternativa en Las Ventas de manos de Diego Puerta. En el cartel inaugural, junto a Chacarte, Antonio Ordoñez y César Girón. El de Ronda cortó la primera oreja del nuevo coso. Allí también estuvo mi padre. Para ustedes no será gran cosa, pero a mí, que firmo con su apellido, se me encoge el alma. Y en mi mano, la entrada, la segunda de las entradas.

Y en estos pensamientos andaba yo con aquella foto y aquellas dos entradas en la mano. Vizcaya, mi Vizcaya, donde los toreros son de hierro. Yunque y martirio de la torería. Cocherito, el bueno. Inteligente y bueno, y ya se sabe que se torea como se es. De Cocherito de Bilbao a Rafa Chacarte pasando por los sones de Martín Agüero. Ecos perdidos de la infancia. Oía cantar sus gestas y se me antojaban gigantes. En Bilbao todo es grande. Pero nada más grande que nuestro amor a la fiesta brava. Allí, tan lejos de las dehesas, tan cerca del mar, tan lejos de los jarales, tan cerca de la fábrica.

Así fueron contándome las cosas del toro. ¿Hablan ustedes del toro con sus hijos? Hablen,… ¡y no callen! Siembren fe en la más bella de las fiestas. No mueran. Que de no pregonar nuestra fe también se muere. Hablen de todo lo suyo antes de morir. Que no les roben el verbo. Que en el verbo está la vida.

Cuéntenles lo que dijo Rafael “El Gallo”, y a mí de chico me contaron. “La verdad del toreo es tener un misterio que decir y decirlo”. Cuénteles que el toreo es el arte más entero. Poesía que se toca, que se abraza y que se besa. Como se ama. El hombre que sobrepuja y se puede. El triunfo de la vida aún a riesgo de la muerte. Lo permanente ajeno a toda mudanza. El toro, cada tarde, como metáfora perfecta de la vida. El instante, la luz y el color. La comedia, el drama y la tragedia al servicio del alma. La autoridad y la libertad. El escalofrío del genio. El conjuro. El toreo como liturgia, como misterio sagrado. Todas las oraciones mayores en solo muletazo. Sacrifico y comunión a un tiempo. Cuenten a sus hijos, por si no lo supieran, que en una ocasión un sacerdote le preguntó a Santiago Martín, “El Viti” el porqué de tanta seriedad toreando y éste contestó sin sombra de sacrilegio “¿Y usted, cómo está cuando consagra?” Cuenten, a quien quiera oírles, ¡sin miedo! ¡por derecho! que lo nuestro es sobre todas las cosas la aristocracia de la virtud, del saber y de la belleza.

El toreo como suprema aristocracia de la virtud. Esa que proclamara Antonio Bienvenida, con el más alto magisterio: el de las costumbres. Cuéntenles, porque les place y les cuadra, que Ángel Carmona, “El Camisero”, joven y valiente, toreaba con Antonio Fuentes, herido y viejo, en un pueblo sin nombre. “El Camisero” vio en los corrales la mucha leña que llevaban los morlacos. Apiadado del maestro se fue a él, aún en cama postrado, y quiso ofrecerle el mejor lote sin sorteo. “Gracias muchacho”, contestó el Petronio sevillano, “pero tú te has olvidado de algo” “¿De qué, maestro?” “De que yo me llamo… Antonio Fuentes”.

El toreo como suprema aristocracia de la belleza. La que reveló a mis ojos niños Julio Robles. Aún vivo enamorado de su capote. Profundo, clásico. Con el sereno empaque de los valientes. Cuarenta años de aquel pentecostés y sigo buscándole en cada capote que se abre.

El toreo como suprema aristocracia del saber. El arte en el que se abrazan todas las sabidurías: la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía, la danza,… allí donde se aman apasionados… el pincel y la muleta, el verso y la espada, el cincel y la palabra, el cante y la verónica.

Cuenten, porque ustedes saben. Porque Badajoz tiene rumbo torero. Han ido pasando los años y le he cogido querencia a Badajoz, al acento de sus gentes, a la Soledad, a Castelar, a San Juan, al corazón del estío, y… al Club Deportivo Badajoz. Que de momento no ha ganado ni una Liga ni una Copa, pero está en ello. Cómo será, que cuando me faltan su aire y su luz, me puede la melancolía. Acaso no haya mejor medicina para los huesos cansados y el alma apenada que el sol de esta tierra. Por eso llevo siempre en la maleta una muda, una cuchilla de afeitar y el recuerdo limpio de estas tierras humildes, que de tan humildes que fueron, quiso Dios un día que en ellas nacieran los dioses.

Y llevo el recuerdo de su vieja plaza de toros,… en la que nunca vi torear. Esa que inauguraran un 14 de agosto de 1859 José Carmona y José Ponce. Esa cuyo último festejo, me cuentan, fue una becerrada nocturna, organizada y a beneficio del Club Deportivo Badajoz, extrañas paradojas de la vida. Cuatro erales del marqués de Valdueza para Blas Romero “El Platanito” y Diego Bardón,… que al fin y a la postre, fue el último en cortar una oreja en el centenario coso. Parece como si los centenarios en Badajoz trajeran mal fario. Malos andares que casi derriban a nuestro querido y entrañable Club Deportivo Badajoz y que condenaron a morir huérfana de todo olé aquella plaza primorosa. En los códigos penales celestiales, si es que los hubiera, no tiene perdón de Dios quien derriba una plaza de toros. Es como asolar una catedral o un santuario. Merecía mejor destino aquel ruedo. Con sus palcos y su memoria. El 18,… el 54. Su puerta grande y su puerta de toriles. Aquel blanco palomar de pañuelos. No es dado a los hombres decidir sobre la vida y la muerte. Así que la plaza murió porque la mataron,… como murió mi padre sin que nadie lo matara. Que lloren capotes y muletas, que lloren los clarines de la aurora. Y así voy, de luto para los restos. Así que ahora, para mí, todas las campanas son siempre campanitas de Linares.

Pero por hoy se acabó la pena. ¡Viva el cante! ¡Viva la feria! ¡Y viva el Club Taurino Extremeño de Badajoz que tiene el rumbo de organizar este acto! Ahora sé que la vida es un eterno retorno. Todo vuelve. La primavera, la navidad, las rebajas… y la feria,… Ahora siento no haber vivido con más intensidad los días muertos, todas y cada una de las ferias que han sido. Pero lo mucho o poco que quiera Dios prolongar mi vida quiero bebérmelo a tragos, arropado en los vuelos de la poesía. Hubo quien predicó que a los pueblos no los han movido nunca mas que los poetas. Ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete,… poesía que promete,… Y así voy, envuelto en sueños. Así voy… a morir cada tarde en el ruedo del gozo y del fuego. Vestido de sueños y oro. Lidiando soledades. ¡Que no son de este mundo mis amores!

¡Que no muera la bravura mientras quede uno de nosotros en el albero de la vida! Hermanos en el toro,… ¡en pie! ¡Que cuaje la primavera! Os traigo manojitos de claveles. En comunión, porque creemos en la misma redención. Se acabó el triste entendimiento de aquellos a los que todo misterio entenebrece. Llévense los contables sus números lánguidos y feos, sólo quiero saber de emociones puras y pasiones limpias,… Saber del toro… mi dios y mi refugio. Cambio mil saberes por un sola tarde de toros, por un solo sentimiento verdadero, por un solo capotazo como aquel de Julio Robles. ¡A los toros! ¡A los toros! ¡Que empieza la Feria! San Juan y Pardaleras. ¡En pie, de ahora hasta que se acabe el cante! Beban el veneno de esta fiesta de reyes sin miedo, sin moderación. Como un huracán de amor. ¡Y que hagan gárgaras los que quieren arreglarles el gusto! Vengo a contagiarles ilusión frente al mal vino y la carcoma. Frente a la milonga y la turba que nos amilana. Frente a los necios que nos traen la zozobra del pudridero en el que viven. Frente a todo, frente a todos,… sin desfallecer,… ¡que atruenen los toros de Iberia!

Toros de Iberia,… Dos escritores falangistas me enseñaron a querer los toros de Iberia. El uno, Rafael García Serrano: “Y cuando el Toro Rojo cayó muerto la fresca lengua del río le lamió las heridas. Era una devolución de la ofrenda. Como una caricia de los toros de Iberia”. El otro, Luys Santa Marina: “¡Toros eternos de Iberia, la tierra que tiene, entre mares, la forma de su piel, toros de Gerión codiciados por Hércules, toros que lanzó Orisón a los cartagineses!”.

Termino, me llevo mi cante. Me voy. Me destierro allá donde habita la memoria de mis muertos, si no supieran de mi… búsquenme en aquellos páramos fríos. Me voy, pero no murmuren porque vaya solo, que me voy con una foto, dos entradas y el recuerdo de todos ustedes, la gente del toro, de entre toda la gente, la gente mía, y les llevo abrochaditos al corazón. Para los restos. Como una promesa. Como un juramento. Y como en el credo legionario a mí me tendrán a su lado… con razón o sin ella. Me llevo mi cante y les dejo, a modo de abrazo, unos versos del poeta jienense Juan José Cuadros, que van por ustedes y muy en particular por todas las mujeres presentes:

Marinero,… marinero,…

¡Guárdate el verde del mar,

que yo quiero ser torero!

¡Quédate con tus sirenas,

tu mar y tu catalejo,

tu bergantín y tus jarcias,

tus peces y tus luceros;

guarda la estrella polar

en el bolsillo del pecho

y quédate con tus islas

de rumba y sabor a océano

y con la brisa que mece (…)

tu barco lleno de luna,

que yo quiero ser torero!

Dame a mí plazas redondas,

lunas de arena (…),

toritos de siete hierbas

enjabonados en negro,

y un capote enamorado,

(…) en una tarde de junio

sin una nube en el cielo;

con banderas desmayadas,

sin tener brazos de viento

que recojan su desmayo (…).

Dame una música que haga

bailar a los burladeros,

y un ¡ay! que te coge el toro,

y un ¡olé! lleno de miedo,

y un ¡viva tu madre, niño!

y un revolar de pañuelos

que pongan blanca a la tarde

cuando salude en los medios.

¡Marinero!… ¿Marinero?

¡Deja el mar para los peces,

que yo quiero ser torero!

Gracias.

Fernando Valbuena Arbaiza.

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